26 de septiembre de 2016
26, septiembre, 2016
Silencio. Es de noche. La luna me arropa con el anonimato de la oscuridad. Es el momento. Los bichos se despiertan. Y el mío últimamente arranca con fuerza. Otra noche más. El impulso es más fuerte que el freno que durante el día he mantenido y he creído. La ilusión de quien cree que controla. No, no controlo, y lo peor de todo que aún no lo sé.
Las intenciones del bicho parecen buenas: igual un te, igual un yogur, igual un zumito…todo por no afrontar el miedo que me da comer por la noche, el miedo que me da comer sola, el miedo que me da cenar cuando ya he comido al mediodía, el miedo que me da el descontrol. Y es que el miedo atrae al miedo.
Y el bicho se acaba descontrolando. Una vez más. Es cierto que el ser humano es el único animal que tropieza más de tres veces con la misma piedra.
4 iogurts, media tableta de chocolate, más de dos docenas de dátiles comidos entre «noes y sies». Tengo un hambre que hace años no quiero escuchar y menos por la noche. Me da miedo comer. Me da miedo la sensación sucia de sentirme llena, llena y sola, llena y acompañada…en fin…simplemente llena.
Durante el día ese miedo se apaga con la hiperactividad del trabajo, del deporte, de actividad detrás de actividad…Por la noche…no me quedan extintores. Tan sólo la cruda realidad que tengo hambre, pero no quiero comer, aunque sé que debo comer, al menos eso recuerdo que mi terapeuta me dice una y otra vez. El resultado es el penoso encuentro entre control y descontrol.
Lo único que me consuela es la ilusión de que mañana será otro día. Es sólo una ilusión. El mañana es ahora. Ahora por la noche. Cuando debería afrontar lo que no quiero afrontar y acabo afrontando mal.
Testimonio de paciente con TCA, trastorno de la conducta alimentaria.